sábado, 2 de marzo de 2013

“¿Cómo tuve conocimiento del manuscrito Lindsay?



Hay que remontarse al pasado año.
Una fría tarde de enero nos habían citado a un grupo de amigos para visitar la Biblioteca Colombina. La mujer que nos recibió era atentísima, joven, con un tipazo, gafitas y muy guapa. Vamos, como la dependienta de la librería de “The big sleep” que atiende, comiéndoselo con los ojos al Bogart. Yo, recordando la película, intenté por todos los medios a mi alcance que la chica, que se llamaba, cómo no, Paloma, me comiese de igual modo, pero lo único que me comí fue un mojón.
En fin, nos explicó todo lo relacionado con la biblioteca y su fundador, Hernando Colón, y nos permitió ojear algunos de los libros de su fondo, como por ejemplo, la “Aritmética de Diofanto” en la edición de Bachet de 1670, con las anotaciones al margen de Pierre de Fermat.
Al salir a la calle fuimos a la terraza del EME y estuvimos hablando sobre lo visto.
En una mesa cercana a la nuestra estaba sentado, solo, un tipo trajeado, cincuentón, con pelo y barba canos y cómo pudimos averiguar al hablar con el camarero, argentino.
Estábamos hablando sobre Fermat cuando, muy educadamente, nos pidió permiso para intervenir en nuestra conversación y dijo esta enigmática frase:
  • El señor Fermat a punto estuvo de buscar a Selene.

    Se levantó y se fue tras despedirse y besar las manos de las mujeres. Argentino.
*         *          *

Pocos días después me lo encontré en los veladores del Europa en la Plaza del Pan. Nos saludamos y tras unas frases de cortesía le espeté:
  • ¿Porqué dijo el otro día que Fermat estuvo a punto de buscar a Selene? ¿Qué es Selene?
  • Verá, mi amigo; le explico con sumo gusto. Se suponía en el siglo XVII que había un planeta entre las órbitas de Marte y Júpiter al que los astrónomos llamaban Selene. Fermat, tan aficionado a las matemáticas, hizo sus pinitos con la astronomía y durante un tiempo, muy corto, eso sí, intentó localizar el misterioso planeta, pero poco le duró la afición, ya que no le entusiasmaban, precisamente, las mediciones angulares y el frío que debía que pasar en las largas veladas nocturnas para realizarlas1. Así que siguió enfrascado con la teoría de números, de la que es el padre.
Cambiando el tercio le pregunté:
  • ¿Así que es usted especialista en la historia de los orígenes del cristianismo y teólogo? Son dos temas apasionantes.
  • Sí; al menos, a mí me lo parecen, y llenos de continuas sorpresas. Por ejemplo, ¿qué opina usted sobre la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo?
  • Pues supongo que lo que todo el mundo en el orbe cristiano. Jesús sufrió tortura, padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado, y al tercer día resucitó de entre los muertos y está sentado a la diestra de Dios Padre.
  • Ya. ¿Y si le dijera que poseo un documento , con todas las trazas de ser auténtico, en el que su Madre, los Apóstoles, las Santas Mujeres, José de Arimatea y Nicodemo afirman que Jesús no murió en la Cruz, que estaba inconsciente cuando lo bajaron de ella, que sanaron sus heridas y vivió varios años más aún hasta su muerte como hombre?
  • Pero será una falsificación, ¿no?
  • No lo creo. Esto totalmente convencido de que el documento es auténtico.
  • ¿Está convencido de ello?
  • Absolutamente; es más, puedo enseñárselo. Bueno, no el manuscrito original, pero sí fotos de él. Las llevo en mi tableta. Véalas.
El argentino me mostró varias fotos de un trozo de pergamino escrito en arameo, e hizo hincapié en las marcas que figuraban al final del mismo: María, los Apóstoles, las Santas Mujeres, María de Magdala, María Salomé, María de Cleofás y María, la hermana de Marta y Lázaro, los mejores amigos de Jesús, así como Nicodemo y José de Arimatea. Las diecinueve personas más allegadas a Jesús en el momento de su crucifixión. Pero el manuscrito que me mostraba, según me dijo, negaba este hecho y afirmaba que el Nazareno fue sanado de sus heridas, que marchó con María Magdalena a Egipto y que murió veinte años después.
  • ¿Dónde consiguió este documento?
  • No, eso es una larguísima historia. Quizás pueda contársela en otra ocasión. Deme su número de móvil y le citaré para mostrárselo.
Así lo hice.


*         *         *


Al poco de entrar en Cuaresma recibí una llamada del argentino.
  • Rafael, si sigue interesado en el manuscrito podríamos vernos esta tarde a las seis en la Biblioteca Pública.
  • ¿La Infanta Elena?
  • Así es. ¿Tiene un arma?
  • ¿Porqué?
  • Porque todo lo que rodea esta historia es muy peligroso. ¿Tiene un arma?
  • Sí; un 38 Smith&Wesson del especial.
  • Llévela.
* * *

Llegué a la Pública a las cinco y media. Me serví un café y me lo tomé en la puerta. Encendí un cigarrillo y palpé la pistola en mi pantalón. No sé porqué hice
ese gesto. Tal vez quería sentirme seguro.
¿Porqué había que tomar esas medidas ante la visión del misterioso manuscrito del misterioso argentino? No lo sabía; no podía saberlo, pero las instrucciones del argentino eran tajantes.
En la puerta de la Pública me encontré a Marina, una chica a la que había conocido unos días antes, estudiante de Filología Clásica, buena como pan de San Buenaventura. Le di un par de besos y le comenté que me había citado con un señor y que podíamos vernos luego.
- Muy bien. Entro a estudiar y cuando acabes me buscas. Estaré en la primera planta, cerca de la escalera.
Le dije que de acuerdo y la besé a modo de despedida.
Era curioso. Mientras a mi alrededor la vida seguía bullendo, yo me encontraba en la Pública, armado con una pistola y esperando un argentino que decía poseer una bomba en forma de manuscrito.

Llegó Miguel con una gran bolsa de El Corte Inglés, nos saludamos y me dijo que podíamos ir al Chile a tomar algo y hablar sobre el tema que me traía en ascuas.
Nos sentamos en una mesa apartada y pedimos dos cafés.
  • Mire, ¿sabe lo qué es? - y me mostró el interior de la bolsa.
  • Sí; es una filacteria orlada. Supongo que en su interior se halla el manuscrito.
  • Así es. Vamos a ir al Laboratorio de Arte de la Facultad de Historia y allí podrá verlo.
  • ¿Podré fotocopiarlo?
  • No; la potente luz de la fotocopia podría dañarlo. Tan sólo podrá verlo y tomar notas. Supongo que no sabe arameo.
  • Elí, Elí, lama sabactani; es decir, Deus meus Deus meus ut quid dereliquisti me.
  • Muy bien, ¿y aparte de eso?
  • Ni una palabra más. ¿El manuscrito tiene traducción a otras lenguas? No sé, ¿griego o latín?
  • No; sólo arameo; la lengua del Nazareno y sus discípulos.
Dicho esto pagamos y nos dirigimos al Laboratorio de Arte.
  • Tenga; es mi traducción del manuscrito.
El argentino, me hizo entrega de su traducción y de la filacteria. La abrí y dentro de ella apareció un trozo de pergamino muy deteriorado. Recordón me hizo observar las firmas y marcas de las diecinueve personas que habían curado a Jesús de las múltiples heridas sufridas durante su Pasión. Las identificó y tuve que creer en su palabra.
Salimos del Laboratorio de Arte sobre las siete de la tarde, ya atardeciendo.
  • Rafael; ahora es usted depositario de una información muy valiosa y muy peligrosa. Por eso le dije que viniese armado. Sea muy cauto. Observe si le siguen. Le aconsejo que vuelva a la Pública y, con sigilo, vea si hay alguien detrás suya. En el caso de que así sea, no lo dude; si tiene que hacer uso de su arma, hágalo, ya que si no será hombre muerto. Y nada más. Si quiere ponerse en contacto conmigo, espere mi llamada. Descuide que la haré.

Nos despedimos y volví a la Pública. Disimuladamente, de vez en cuando, miraba a mis espaldas. No parecía seguirme nadie. Al llegar al Casino lo rodeé por la derecha, camino totalmente solitario para llegar a la Pública. Nadie me seguía, o si lo hacían no daba con ellos.
Entré en la biblioteca y busqué a Marina, que estaba enfrascada con el estudio, precisamente, del arameo.
  • ¿Estudias arameo?
  • Sí.
  • Vaya.
  • ¿Vaya qué?
  • Nada; cosas mías.
  • ¿Nos vamos?
  • Sí, si has acabado.
  • Hace ya tiempo. Te estaba esperando.

Salimos a la calle con un frío de mil pares de demonios. La rodeé por el talle y me besó.

  • Hoy estás guapo. Siempre estás guapo. Eres guapo.
  • Te quiero.




























1Desde la época de Kepler circulaban conjeturas acerca de la existencia de un planeta perdido dentro del sistema solar. En el siglo XVIII, las teorías matemáticas de Titius que establecían una proporción numérica entre las distancias que separan a los distintos planetas del Sol, difundidas por Bode en 1772, dieron aún más ímpetu a la búsqueda de dicho planeta.
En 1781, Willian Herschel descubrió un nuevo astro en los confines del Sistema Solar. El planeta “Georgiano”, como se le llamó hasta 1850, cuando se convirtió oficialmente en Urano, encajaba casi exactamente dentro de la secuencia numérica de Titius. Un grupo internacional de astrónomos conocido como la “Policía Celestial” se dedicó con renovado interés a buscar el otro planeta que debía ocupar el irresistible espacio vacío entre Marte y Júpiter., pero no fue hasta 1801 cuando un monje italiano llamado Pazzi descubrió Ceres, y constató que su órbita coincidía con las predicciones de Titius.
Para desilusión de muchos, Ceres resultó ser demasiado pequeño en relación con los demás planetas; muy pronto se descubrieron otros cuerpos celestes similares que giraban en el espacio vacío entre Marte y Júpiter. Herschel les dio el nombre de asteroides, o planetas menores. Se pensaba que los asteroides eran fragmentos de un planeta más grande desaparecido tiempo atrás. La célebre predicción de Titius que situaba un planeta perdido entre Marte y Júpiter, Selene, parecía ser verdad.
Sin embargo, el descubrimiento de Neptuno y de Plutón supuso otro duro golpe para la ley de Titius y Bode, porque sus órbitas no encajaban dentro de la secuencia. La relación existente entre los demás planetas, que se ciñe a dicha ley con tanta precisión podría ser, simplemente, una coincidencia. Hasta el día de hoy, el debate correspondiente no ha dejado de fascinar a los interesados en la historia de la astronomía.

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